jueves, marzo 30, 2006
proyecto para un cuento
Cabrera (o Storlich, si lo ambientamos en República Checa) era un niño irascible, con evidentes trastornos de conducta y dificultades para manejar sus emociones. Durante la adolescencia tuvo todo tipo de dificultades; con sus padres, con muchachos de su edad y más grandes, con la ley, con el consumo de sustancias (a seleccionar luego). A los dieciocho años, cansado de tantos desbordes y conflictos se somete a cierta estrictísima rutina de horas de trabajo duro + horas de estudio y visitas a la iglesia (u horas de estudio + horas de ejercicio y trabajo voluntario…). Se prohíbe salidas nocturnas, encontrarse con sus antiguos compañeros, etc. Mientras él continúa siguiendo rigurosamente estas medidas, todos los que lo conocen señalan la maravilla del cambio en el comportamiento de Cabrera. Lo adjudican a su nueva y aburrida novia, a la iglesia, al alejamiento del alcohol (a aquello que él más se aferre).
Inseguros o manipuladores, quienes comparten con Cabrera la actividad diaria se ven impresionados por su aparente fortaleza. Motivado por ellos, él va a escalando posiciones y ganando notoriedad hasta llegar al último lugar de autoridad (jefe de las fuerzas armadas, director de escuela…). Allí, y convencido de lo adecuado de la intervención, aplica a la totalidad de la organización las mismas medidas que vio (y ve) necesario aplicar en sí mismo.
FIN
o
Un grupo dentro de la organización se subleva y Cabrera decide establecer pautas aún más severas, encrudeciéndose el conflicto.
FIN
jueves, marzo 23, 2006
homenaje: ciento veintisiete años y nueve meses de la campaña del desierto
matar a los indios fue re mala onda (re mala onda)
dos ascepciones de la palabra lucha
o por qué el término debería restringirse a situaciones de combate cuerpo a cuerpo.
- primera ascepción: anacronismo, concepto obsoleto utilizado hasta el abuso por integrantes de Centros de Estudiantes en prácticas discursivas y pancartas (individuos que luego engrosarán las filas de Canal Nueve o algún grupo económico internacional). Plantea la apropiación de una causa (inevitablemente antigua) y - consecuencia - la así llamada "lucha", establecida siempre en un plano simbólico.
Retórica vacía, vana. abl. "Cuando el lenguaje no se corresponde con la realidad".
- segunda ascepción: empleado con frecuencia por amas de casa y maestras de primaria. Arrebato dramático, histrionismo que denota tendencia a la victimización. Supone una concepción vital desde la puja, el "struggle" que ciertas teorías psicológicas alternativas han vinculado con las mujeres que padecieron dificultades al momento del parto.
- primera ascepción: anacronismo, concepto obsoleto utilizado hasta el abuso por integrantes de Centros de Estudiantes en prácticas discursivas y pancartas (individuos que luego engrosarán las filas de Canal Nueve o algún grupo económico internacional). Plantea la apropiación de una causa (inevitablemente antigua) y - consecuencia - la así llamada "lucha", establecida siempre en un plano simbólico.
Retórica vacía, vana. abl. "Cuando el lenguaje no se corresponde con la realidad".
- segunda ascepción: empleado con frecuencia por amas de casa y maestras de primaria. Arrebato dramático, histrionismo que denota tendencia a la victimización. Supone una concepción vital desde la puja, el "struggle" que ciertas teorías psicológicas alternativas han vinculado con las mujeres que padecieron dificultades al momento del parto.
sábado, marzo 11, 2006
neohippismo o uvas en el supermercado
Yo fui un neohippie. Tenía una tobillera hecha con semilla de mangle que me regaló un indígena en el Amazonas colombiano y una novia inglesa pelirroja. Tenía una banderita deshilachada de Boca cosida en el bolsillo superior de la mochila, una olla tiznada colgando y un walkman con un cassette de bob dylan. Una camisa tejida en un telar que compré en la feria de los indios del este de Guatemala a una mujer que no hablaba español ni sabía lo que era Argentina. Un par de libros (de Poe y de Nietzsche, probablemente). Un jabón. Una chequera con travel checks y un cuaderno de viajes que perdí en una posada en Zipolite. (En la playa de Zipolite las europeas se bañan en bolas y los mexicanos fuman marihuana toda la tarde).
Yo fui un neohippie. En las afueras de Atlixco me levantaba a las 4:45 de la mañana para ordeñar cabras en una quesería a cambio de una cama y dos platos de frijoles: uno a la mañana y uno a la noche, y los fines de semana me emborrachaba con el veterinario, un chavo y alguna golfa que recogíamos por ahí en un bar del pueblo. Yo viajé en el acoplado lleno de cerdos de un camión que iba hacia el matadero. Vomité, en la selva colombiana, un hongo alucinógeno que me ofreció una niña y cuando subí al volcán Popocatepetl, vomité de nuevo. Pisé un erizo buceando en Cabo Frío y pasé tres días con 40º de fiebre en el hospital. Me detuvo la policía brasilera - junto a un amigo y dos platenses fumones que nos habían recogido en la ruta - en las afueras de Guarujá para soltarnos cuatro horas más tarde sin dinero, humilladísimos. Intenté, agudamente borracho, bailar salsa con una colombiana hermosa en un bar de Bogotá e hice el ridículo. Dormí en la cocina de Doña Elizondo y me senté – en esas noches de verano en Gualeguaychú - con ella y su marido, el Negro a tomar mate mientras escuchábamos el cassette de 90 minutos superenganchados de los Wawancó o el de esos uruguayos que tocaban el bandoneón con el Negro. Dormí en la terminal de Santos, rodeado de adictos y vagabundos. Y en la de Quito, y en la de Viña del Mar, y en la de Tampa, Fla. Estuve tres días sin comer en un pueblo de Guatemala; me vi obligado a pedir limosna para entrar al parque nacional donde se ubica la antigua ciudad maya de Tikal. Crucé en un barco lleno de ilegales la frontera hasta México. Cené bananas con un vagabundo en Flores y, en la playa de Hilton Head, un pescador me regaló un tiburón bebé que hicimos a la parrilla con unos gringos.
Yo fui un neohippie. Aborrecí cada lauro, rechacé cada acicate que me ofrecía el mundo de las estructuras. Maldije esos muros de plasma, la contundente disposición de las cosas. Maldije la cobardía y la obediencia. Desprecié todos los destinos – vulgarísimos, cada uno de ellos – que se me presentaban y me fui hacia el mundo, que llamaba. Quería el tiempo y el espacio. Atragantarme.
Pero el hombre habita una circunferencia de puentes y jardines que dan a pasillos que se estrechan. Y la máquina no hace concesiones. Yo vi cuando mi novia ecuatoriana se alejaba con el dueño de un hotel en una playa del caribe el día que decidió venderse. Trabajé, en Cartagena, con los narcos que usan turistas para blanquear el dinero. Le robé, en Miami, 500 dólares a mi jefe, un ecuatoriano explotador, merquero y putañero que me debía plata y huí. Convencí a unos gringos de que pagaran el soborno para que la policía mexicana nos suelte, después de que encontraran droga en el campamento y casi me matan, en Vitoria, un negro y un pelado con candado por comer uvas en un supermercado cuando me había quedado sin plata. No. Yo no fui un neohippie: nunca me comí esa historia del misticismo. Yo nunca pretendí dilatar el formato de mis experiencias sensoriales. Sólo me echaron de la escuela.
Yo fui un neohippie. En las afueras de Atlixco me levantaba a las 4:45 de la mañana para ordeñar cabras en una quesería a cambio de una cama y dos platos de frijoles: uno a la mañana y uno a la noche, y los fines de semana me emborrachaba con el veterinario, un chavo y alguna golfa que recogíamos por ahí en un bar del pueblo. Yo viajé en el acoplado lleno de cerdos de un camión que iba hacia el matadero. Vomité, en la selva colombiana, un hongo alucinógeno que me ofreció una niña y cuando subí al volcán Popocatepetl, vomité de nuevo. Pisé un erizo buceando en Cabo Frío y pasé tres días con 40º de fiebre en el hospital. Me detuvo la policía brasilera - junto a un amigo y dos platenses fumones que nos habían recogido en la ruta - en las afueras de Guarujá para soltarnos cuatro horas más tarde sin dinero, humilladísimos. Intenté, agudamente borracho, bailar salsa con una colombiana hermosa en un bar de Bogotá e hice el ridículo. Dormí en la cocina de Doña Elizondo y me senté – en esas noches de verano en Gualeguaychú - con ella y su marido, el Negro a tomar mate mientras escuchábamos el cassette de 90 minutos superenganchados de los Wawancó o el de esos uruguayos que tocaban el bandoneón con el Negro. Dormí en la terminal de Santos, rodeado de adictos y vagabundos. Y en la de Quito, y en la de Viña del Mar, y en la de Tampa, Fla. Estuve tres días sin comer en un pueblo de Guatemala; me vi obligado a pedir limosna para entrar al parque nacional donde se ubica la antigua ciudad maya de Tikal. Crucé en un barco lleno de ilegales la frontera hasta México. Cené bananas con un vagabundo en Flores y, en la playa de Hilton Head, un pescador me regaló un tiburón bebé que hicimos a la parrilla con unos gringos.
Yo fui un neohippie. Aborrecí cada lauro, rechacé cada acicate que me ofrecía el mundo de las estructuras. Maldije esos muros de plasma, la contundente disposición de las cosas. Maldije la cobardía y la obediencia. Desprecié todos los destinos – vulgarísimos, cada uno de ellos – que se me presentaban y me fui hacia el mundo, que llamaba. Quería el tiempo y el espacio. Atragantarme.
Pero el hombre habita una circunferencia de puentes y jardines que dan a pasillos que se estrechan. Y la máquina no hace concesiones. Yo vi cuando mi novia ecuatoriana se alejaba con el dueño de un hotel en una playa del caribe el día que decidió venderse. Trabajé, en Cartagena, con los narcos que usan turistas para blanquear el dinero. Le robé, en Miami, 500 dólares a mi jefe, un ecuatoriano explotador, merquero y putañero que me debía plata y huí. Convencí a unos gringos de que pagaran el soborno para que la policía mexicana nos suelte, después de que encontraran droga en el campamento y casi me matan, en Vitoria, un negro y un pelado con candado por comer uvas en un supermercado cuando me había quedado sin plata. No. Yo no fui un neohippie: nunca me comí esa historia del misticismo. Yo nunca pretendí dilatar el formato de mis experiencias sensoriales. Sólo me echaron de la escuela.
Ahora tengo un título universitario, esta investidura que me sabe a fritura barata, a souvenir de un viaje a la difunta Correa. Tengo un trabajo que no me interesa. Outsider, pero dentro del sistema.
Farsante, impostor! - gritaron el otro día. Yo me dí vuelta. No, esta vez no era para mí.
martes, marzo 07, 2006
otra tesis
Existen ciertos términos - no recuerdo el concepto específico, no me pidan que haga una investigación semántica para un puto post - que sólo pueden ser definidos por sus sinónimos o en oposición. Algo así como átomos del lenguaje. Para definir la palabra "espacio" tenemos que remitirnos a "extensión" o un equivalente; para definir la palabra "bien", a "bondad" o "utilidad". Su naturaleza es tan fundamental que no se hace posible acceder a contenidos o antecedentes para hacerlo.
Trasladado lo propuesto al campo de la experiencia: ¿cómo le explica una madre a su hijo ciego lo que es "ver"?¿cómo explicarle lo que es la luz o el color azul?
Trasladado lo propuesto al campo de la experiencia: ¿cómo le explica una madre a su hijo ciego lo que es "ver"?¿cómo explicarle lo que es la luz o el color azul?
¿Cómo explicamos lo que significa sentir dolor?¿cojer?¿conocer la nieve?
Tesis: un escritor sólo puede escribir - en este nivel - de aquello que ha vivido; en sentido figurado, metáfora o literal. El resto es anécdota, ensayo (análisis) o periodismo.
viernes, marzo 03, 2006
ni mú
debate: ¿es necesario postear chistes malos simplemente para actualizar la página?