sábado, marzo 11, 2006

neohippismo o uvas en el supermercado

Yo fui un neohippie. Tenía una tobillera hecha con semilla de mangle que me regaló un indígena en el Amazonas colombiano y una novia inglesa pelirroja. Tenía una banderita deshilachada de Boca cosida en el bolsillo superior de la mochila, una olla tiznada colgando y un walkman con un cassette de bob dylan. Una camisa tejida en un telar que compré en la feria de los indios del este de Guatemala a una mujer que no hablaba español ni sabía lo que era Argentina. Un par de libros (de Poe y de Nietzsche, probablemente). Un jabón. Una chequera con travel checks y un cuaderno de viajes que perdí en una posada en Zipolite. (En la playa de Zipolite las europeas se bañan en bolas y los mexicanos fuman marihuana toda la tarde).

Yo fui un neohippie. En las afueras de Atlixco me levantaba a las 4:45 de la mañana para ordeñar cabras en una quesería a cambio de una cama y dos platos de frijoles: uno a la mañana y uno a la noche, y los fines de semana me emborrachaba con el veterinario, un chavo y alguna golfa que recogíamos por ahí en un bar del pueblo. Yo viajé en el acoplado lleno de cerdos de un camión que iba hacia el matadero. Vomité, en la selva colombiana, un hongo alucinógeno que me ofreció una niña y cuando subí al volcán Popocatepetl, vomité de nuevo. Pisé un erizo buceando en Cabo Frío y pasé tres días con 40º de fiebre en el hospital. Me detuvo la policía brasilera - junto a un amigo y dos platenses fumones que nos habían recogido en la ruta - en las afueras de Guarujá para soltarnos cuatro horas más tarde sin dinero, humilladísimos. Intenté, agudamente borracho, bailar salsa con una colombiana hermosa en un bar de Bogotá e hice el ridículo. Dormí en la cocina de Doña Elizondo y me senté – en esas noches de verano en Gualeguaychú - con ella y su marido, el Negro a tomar mate mientras escuchábamos el cassette de 90 minutos superenganchados de los Wawancó o el de esos uruguayos que tocaban el bandoneón con el Negro. Dormí en la terminal de Santos, rodeado de adictos y vagabundos. Y en la de Quito, y en la de Viña del Mar, y en la de Tampa, Fla. Estuve tres días sin comer en un pueblo de Guatemala; me vi obligado a pedir limosna para entrar al parque nacional donde se ubica la antigua ciudad maya de Tikal. Crucé en un barco lleno de ilegales la frontera hasta México. Cené bananas con un vagabundo en Flores y, en la playa de Hilton Head, un pescador me regaló un tiburón bebé que hicimos a la parrilla con unos gringos.

Yo fui un neohippie. Aborrecí cada lauro, rechacé cada acicate que me ofrecía el mundo de las estructuras. Maldije esos muros de plasma, la contundente disposición de las cosas. Maldije la cobardía y la obediencia. Desprecié todos los destinos – vulgarísimos, cada uno de ellos – que se me presentaban y me fui hacia el mundo, que llamaba. Quería el tiempo y el espacio. Atragantarme.

Pero el hombre habita una circunferencia de puentes y jardines que dan a pasillos que se estrechan. Y la máquina no hace concesiones. Yo vi cuando mi novia ecuatoriana se alejaba con el dueño de un hotel en una playa del caribe el día que decidió venderse. Trabajé, en Cartagena, con los narcos que usan turistas para blanquear el dinero. Le robé, en Miami, 500 dólares a mi jefe, un ecuatoriano explotador, merquero y putañero que me debía plata y huí. Convencí a unos gringos de que pagaran el soborno para que la policía mexicana nos suelte, después de que encontraran droga en el campamento y casi me matan, en Vitoria, un negro y un pelado con candado por comer uvas en un supermercado cuando me había quedado sin plata.
No. Yo no fui un neohippie: nunca me comí esa historia del misticismo. Yo nunca pretendí dilatar el formato de mis experiencias sensoriales. Sólo me echaron de la escuela.
Ahora tengo un título universitario, esta investidura que me sabe a fritura barata, a souvenir de un viaje a la difunta Correa. Tengo un trabajo que no me interesa. Outsider, pero dentro del sistema.
Farsante, impostor! - gritaron el otro día. Yo me dí vuelta. No, esta vez no era para mí.

Comments:
qué bravo lo suyo pepe
 
También fue tocado en el pito por fascineroso electrónico, preguntó desafiante en la defensa de su propia tesis si el jurado la había leído, rompió deliberadamente artefactos de filmación, tiró guitarras al piso, chinchillas a la basura. En fin, un plato.
 
y estornuda a la cara de las demás personas...
 
¡fuera, difamadores, de mi blog!
 
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