lunes, febrero 04, 2008
tipología
- ¿Qué auto?
- Una camioneta. No sé cual, de las grandes.
- Ahá. Agresivo, del tipo agresivo. Busca un macho, un tipo bien pulenta. Que la agarre en el baño de un restaurante, que transpire mucho. Alto, probablemente, quizás panzón. No importa. Pero que la sirva bien servida. Mucho pelo; sudor y pelos y gritos y morderle el hombro al tipo mientras la revienta contra la pared. Esa onda. Y que la agarren y la sacudan hasta dejarla hecha un trapo.
- Un rugbier, ponele.
- Rugbier, policía. Hay en cada estrato social.
- Ella podría ser policía.
- Seguro.
- O bailarina de Sábado Tropical.
- Lo que sea. La cuestión es que nunca hay que ir a jugarla de dulce o romántico. Tampoco de gracioso. Ni en pedo. Hay que contarle la historia del vecino que entró en juicio después de chocar contra un camión de coca cola y se alzó con medio palo verde, hablarle de las casas que tiene Susana Giménez en Miami. Cosas así.
- Igual, la camioneta es del esposo.
- ¿Pero la que la maneja es ella?
- A veces. No mucho en realidad.
- Ah, no. Entonces no. Entonces es otra cosa…
(el Johnny, fragmento)
lunes, junio 25, 2007
crítica
lunes, mayo 14, 2007
vintage II
miércoles, abril 25, 2007
vintage
martes, abril 03, 2007
más advertising
martes, febrero 06, 2007
morfa (bolivia es lo más)
sólo el amor supera a la leche (bolivia es lo más)
lunes, diciembre 11, 2006
patricio
“¿Zárate por qué no me chupás la pija?”, dijo El Viejo apenas arrancamos. Desparramado y con los brazos estirados ocupaba casi tres asientos. Zárate, callado, manejaba. Al lado acompañaba el Policía.
Cuando llegamos a la rotonda de plaza España alguien mencionó no sé qué que había dicho La Mary Rubia. “La Mary Rubia y la pendeja puta esa de la hija se pueden ir a la concha de su hermana”, dijo El Viejo. Después nos pasó un ciclomotor por la izquierda y empezaron a discutir sobre precios de autos y de motos y sobre cuánta plata se necesita para comprar una moto que ande “más o menos” y cuánto es que ya te están cagando. Así, hasta que llegamos a la entrada de la Villa.
En la puerta de la casa el Policía pareció reconocerla. “Yo ya he venido acá. Es un puto.”, dijo. Nos atendió la madre del pibe, una señora petiza y con cara de peruana. “Tenemos que pasar a hablar con Patricio”, le dije y enfilé para adentro. Pero me atajó diciéndome que estaba durmiendo en ropa interior y que mejor iba a ser esperar a que se termine de cambiar. A los tres minutos ya había perdido la paciencia: “Señora, lo siento pero vamos a pasar”. Me atajó de nuevo: “Es que no se tarda lo mismo en vestirse de varón que de mujer”.
Después de unos siete minutos de estar ahí parados se escucha un portazo y el giro de una llave. Todos, menos el pendejo, quedamos del lado de afuera. Por entre las rejas y las persianas medio abiertas de la ventana empezó a gritar: “¡Se van!¡Se van todos ya!”. La señora lloraba. El Viejo y el Policía putearon un rato, yo me acerqué a la puerta cerrada para tratar de convencerlo de que nos abriera “por las buenas”, pero el pibe gritaba más. La señora insistía: “Pero Patricio, por favor, abrí.”. Nada. Le preguntamos si había tomado algo: El pendejo estaba de ácidos.
El Policía habló por la radio y cayó un móvil más. Ya habían pasado unos veinte minutos. Le preguntaron a la señora si debían tener cuidado por algo. “Sí”, respondió, “tiene una pistola”. Se calzaron los chalecos y agarraron las itacas con ambas manos. “No me van a tirar la puerta…”, dijo la señora. “Sí”, le respondieron. Ni la miraban. “Patricio abrí la puerta que me la van a tirar abajo”, comenzó, a los gritos, la mujer. Nada.
Treinta y cinco minutos después de llegar al lugar salían de la casa tres policías de chaleco, el de la radio y el pibe, con las esposas puestas, y la señora se quedaba sin puerta. Lo subieron a la traffic y arrancamos.
El Viejo se sentó al lado de la puerta, que no cerraba. Yo comencé a llenar la planilla: “¿Cuántos años tenés Patricio? O Patricia, no sé cómo querés que te diga…”