lunes, diciembre 11, 2006
patricio
La puerta de mierda de la traffic no cerraba bien. Balbuceé algo y la dejé así. Me fui a sentar contra la ventana, a dos asientos de El Viejo.
“¿Zárate por qué no me chupás la pija?”, dijo El Viejo apenas arrancamos. Desparramado y con los brazos estirados ocupaba casi tres asientos. Zárate, callado, manejaba. Al lado acompañaba el Policía.
Cuando llegamos a la rotonda de plaza España alguien mencionó no sé qué que había dicho La Mary Rubia. “La Mary Rubia y la pendeja puta esa de la hija se pueden ir a la concha de su hermana”, dijo El Viejo. Después nos pasó un ciclomotor por la izquierda y empezaron a discutir sobre precios de autos y de motos y sobre cuánta plata se necesita para comprar una moto que ande “más o menos” y cuánto es que ya te están cagando. Así, hasta que llegamos a la entrada de la Villa.
En la puerta de la casa el Policía pareció reconocerla. “Yo ya he venido acá. Es un puto.”, dijo. Nos atendió la madre del pibe, una señora petiza y con cara de peruana. “Tenemos que pasar a hablar con Patricio”, le dije y enfilé para adentro. Pero me atajó diciéndome que estaba durmiendo en ropa interior y que mejor iba a ser esperar a que se termine de cambiar. A los tres minutos ya había perdido la paciencia: “Señora, lo siento pero vamos a pasar”. Me atajó de nuevo: “Es que no se tarda lo mismo en vestirse de varón que de mujer”.
Después de unos siete minutos de estar ahí parados se escucha un portazo y el giro de una llave. Todos, menos el pendejo, quedamos del lado de afuera. Por entre las rejas y las persianas medio abiertas de la ventana empezó a gritar: “¡Se van!¡Se van todos ya!”. La señora lloraba. El Viejo y el Policía putearon un rato, yo me acerqué a la puerta cerrada para tratar de convencerlo de que nos abriera “por las buenas”, pero el pibe gritaba más. La señora insistía: “Pero Patricio, por favor, abrí.”. Nada. Le preguntamos si había tomado algo: El pendejo estaba de ácidos.
El Policía habló por la radio y cayó un móvil más. Ya habían pasado unos veinte minutos. Le preguntaron a la señora si debían tener cuidado por algo. “Sí”, respondió, “tiene una pistola”. Se calzaron los chalecos y agarraron las itacas con ambas manos. “No me van a tirar la puerta…”, dijo la señora. “Sí”, le respondieron. Ni la miraban. “Patricio abrí la puerta que me la van a tirar abajo”, comenzó, a los gritos, la mujer. Nada.
Treinta y cinco minutos después de llegar al lugar salían de la casa tres policías de chaleco, el de la radio y el pibe, con las esposas puestas, y la señora se quedaba sin puerta. Lo subieron a la traffic y arrancamos.
El Viejo se sentó al lado de la puerta, que no cerraba. Yo comencé a llenar la planilla: “¿Cuántos años tenés Patricio? O Patricia, no sé cómo querés que te diga…”
“¿Zárate por qué no me chupás la pija?”, dijo El Viejo apenas arrancamos. Desparramado y con los brazos estirados ocupaba casi tres asientos. Zárate, callado, manejaba. Al lado acompañaba el Policía.
Cuando llegamos a la rotonda de plaza España alguien mencionó no sé qué que había dicho La Mary Rubia. “La Mary Rubia y la pendeja puta esa de la hija se pueden ir a la concha de su hermana”, dijo El Viejo. Después nos pasó un ciclomotor por la izquierda y empezaron a discutir sobre precios de autos y de motos y sobre cuánta plata se necesita para comprar una moto que ande “más o menos” y cuánto es que ya te están cagando. Así, hasta que llegamos a la entrada de la Villa.
En la puerta de la casa el Policía pareció reconocerla. “Yo ya he venido acá. Es un puto.”, dijo. Nos atendió la madre del pibe, una señora petiza y con cara de peruana. “Tenemos que pasar a hablar con Patricio”, le dije y enfilé para adentro. Pero me atajó diciéndome que estaba durmiendo en ropa interior y que mejor iba a ser esperar a que se termine de cambiar. A los tres minutos ya había perdido la paciencia: “Señora, lo siento pero vamos a pasar”. Me atajó de nuevo: “Es que no se tarda lo mismo en vestirse de varón que de mujer”.
Después de unos siete minutos de estar ahí parados se escucha un portazo y el giro de una llave. Todos, menos el pendejo, quedamos del lado de afuera. Por entre las rejas y las persianas medio abiertas de la ventana empezó a gritar: “¡Se van!¡Se van todos ya!”. La señora lloraba. El Viejo y el Policía putearon un rato, yo me acerqué a la puerta cerrada para tratar de convencerlo de que nos abriera “por las buenas”, pero el pibe gritaba más. La señora insistía: “Pero Patricio, por favor, abrí.”. Nada. Le preguntamos si había tomado algo: El pendejo estaba de ácidos.
El Policía habló por la radio y cayó un móvil más. Ya habían pasado unos veinte minutos. Le preguntaron a la señora si debían tener cuidado por algo. “Sí”, respondió, “tiene una pistola”. Se calzaron los chalecos y agarraron las itacas con ambas manos. “No me van a tirar la puerta…”, dijo la señora. “Sí”, le respondieron. Ni la miraban. “Patricio abrí la puerta que me la van a tirar abajo”, comenzó, a los gritos, la mujer. Nada.
Treinta y cinco minutos después de llegar al lugar salían de la casa tres policías de chaleco, el de la radio y el pibe, con las esposas puestas, y la señora se quedaba sin puerta. Lo subieron a la traffic y arrancamos.
El Viejo se sentó al lado de la puerta, que no cerraba. Yo comencé a llenar la planilla: “¿Cuántos años tenés Patricio? O Patricia, no sé cómo querés que te diga…”
Comments:
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Sólo dos cosas son mejores que la crónica misma:
-El cierre.
-No tener certeza de si se le agregó a la historia dramatismo.
De lo que sí estamos seguros es de que el pibe tuvo un pésimo trip.
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-El cierre.
-No tener certeza de si se le agregó a la historia dramatismo.
De lo que sí estamos seguros es de que el pibe tuvo un pésimo trip.
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